lunes, 22 de abril de 2013


SUBRAYADO A LÁPIZ - la senda del perdedor - charles bukowski

La infancia, adolescencia y juventud de Henry Chinaski, en Los Ángeles, durante los años de la Depresión y la Segunda Guerra Mundial. Un padre brutal que cada día finge acudir puntualmente al trabajo para que sus vecinos no sospechen que está en paro; una madre apaleada por el padre, que sin embargo está siempre de su parte; un tío a quien busca la policía; un mundo de jefes, de superiores aterrorizados por otros superiores. El joven Chinaski algo así como un hermano paria de Holden Cauldfiel, el dulce héroe de Salinger en The Catcher in the Rye (al que Bukowski parece aludir en el título original Ham on Rye), tiene que aprender las reglas implacables de una durísima supervivencia. En este libro inolvidable, escrito con una ausencia total de ilusiones, se transparenta, evitando la autocompasión, una estoica fraternidad con todos los chinaskis, todos los underdogs de la “otra América” de los patios traseros, los bares sórdidos, las oficinas de desempleo.


"Le oí coger la bandana de afilar. Todavía me dolía la pierna derecha. No servía de nada, habiendo sufrido antes la bandana antes muchas veces. El mundo entero estaba allí fuera indiferente a todo, pero no servía de nada. Había millones de personas ahí fuera, perros gatos, pájaros, edificio, calles, pero no importaba. Sólo estaba mi padre y la bandana de afilar, y por las mañanas temprano yo le odiaba con su cara blanca de espuma, de pie delante del espejo afeitándose. Entonces me pegó el primer golpe. El sonido de la bandana era plano y fuerte, el sonido era casi tan malo como el dolor. La bandana cayó otra vez. Era como si mi padre fuera una maquina golpeando con aquella bandana. Tenía el sentimiento de esta en una tumba. La bandana cayó otra vez y yo pensé que aquella seguramente era la última. Pero no lo era. Cayó otra vez. Yo no le odiaba. Simplemente no podía creérmelo, quería librarme de él. No podía llorar. Me sentía demasiado mal para llorar, demasiado confundido. La bandana cayó otra vez, luego se detuvo. Yo me puse de pie y esperé. Le oí colgar la bandana.

-La próxima vez -dijo-, no quiero encontrar ni una hoja.

Le oí salir del baño. Cerró la puerta. Las paredes eran hermosas, la bañera era hermosa, el lavabo y la cortina de la ducha eran hermosos, hasta el water era hermoso. Mi padre se había ido."



"- Acabo de examinar a una joven con acné vulgaris. Su espalda estaba cubierta de granos. Ella lloró y me dijo: "¿Cómo podré jamás ligarme a un hombre? Mi espalda quedará marcada para siempre. Quiero suicidarme." ¡Y ahora mirad a este tipo! Si ella pudiera verlo, sabría que no tenía razón para quejarse.

Gilipollas de mierda, pensé, ¿no te das cuenta de que estoy oyendo lo que dices? ¿Cómo llegó este tipo a ser doctor? ¿Es que aceptan a cualquiera?

- ¿Está el paciente dormido?

- ¿Por qué?

- Parece muy tranquilo.

- No, no creo que esté dormido. ¿Estás dormido chaval?

- Sí."



"Me golpeó de nuevo. Pero las lágrimas no se produjeron. Mis ojos estaban extrañamente secos. Pensé en matarle. Debía de haber algún modo de matarle. En un par de años podría darle muerte a golpes. Pero lo deseaba en ese momento. El era un don nadie. Yo debía de ser un niño adoptivo. Me golpeó de nuevo. El dolor aún persistía, pero el miedo se había desvanecido. La correa atizó de nuevo. La habitación ya no se desvanecía entre brumas. Podía verlo todo con claridad. Mi padre pareció observar alguna diferencia en mí y me azotó con más fuerza, una y otra vez; pero cuanto más golpeaba, menos sentía. Parecía casi como si fuera él el que se sintiera impotente. Algo había ocurrido, algo había cambiado. Mi padre, jadeante, se detuvo y oí cómo colgaba la correa. Anduvo hasta la puerta y yo giré.

- Oye -dije.

Mi padre dio la vuelta y me miró.

- Dame un par más - le dije-, si es que eso te hace sentirte mejor.

- ¡No te atrevas a hablarme de ese modo! -replicó.

Le observé y vi pliegues de carne bajo su barbilla y en torno al cuello. Vi tristes arrugas y surcos. Su rostro tenía el color rosa de la masilla ajada. Estaba vestido con su ropa interior y su vientre abultado creando arrugas en su camiseta. Sus ojos ya no poseían fiereza, sino que parecían vacuos y evitaban los míos. Algo había ocurrido. Las toallas del baño lo sabían. La cortina de la ducha lo sabía, el espejo lo sabía, la bañera y el retrete lo sabían. Mi padre se giró y salió por la puerta. Él lo sabía. Era mi última paliza. Al menos proveniente de él."



"De acuerdo, Díos, dime que estás ahí realmente. Tú me has metido en este lío. Quieres probarme. Supón que te pruebo yo a Ti. Supón que yo digo que no estás aquí. Tú me has dado una prueba suprema con mis granos y mis padres. Creo que he aprobado tu examen. Soy más duro que Tú. Si ahora mismo bajaras hasta aquí, escupiría Tu cara, si es que tienes una cara. ¿Y también cagas? El cura jamás me contestó a esa pregunta. Nos dijo que no dudáramos. ¿Dudar qué? Creo que Tú ya me has estado dando la coña mucho rato, así que te pido que bajes hasta aquí para que pueda ponerte a prueba. Esperé. Nada. Esperé a Dios. Esperé y esperé. Creo que me dormí."



"-¿Qué es eso? ¿Estoy viendo una luz? Henry ¿has apagado tu luz?

Rápidamente bajaba de nuevo las mantas y esperaba hasta que oía roncar a mi padre. Turgueniev era un tipo muy serio, pero podía hacerme reír porque el encontrar una verdad por primera vez puede ser muy divertido. Cuando la verdad de alguien es la misma que la tuya y parece que la está contando sólo para tí... eso es fantástico. Leía libros por la noche, de ese modo, bajo las mantas y con la sobrecalentada lamparilla. Leer todos esos buenos párrafos mientras te sofocabas... era hechizante."



"Jim estaba salpicando a las chicas. Era el Rey Acuático y todas le adoraban. Era la posibilidad y la promesa. Era un tío grande. Sabía como montárselo. Yo había leído muchos libros pero él había leído uno que yo no conocía. Era un artista, con su pequeño bañador y sus pelotas y sus orejas redondas y su traviesa sonrisa. Era el mejor. No le podía desafiar (...). Yo era una mierda de 50 centavos flotando en el verde océano de la vida. Observé como salían del agua, relucientes, jóvenes e invictos. Quería que me quisieran. Pero nunca por piedad. Y, sin embargo, a pesar de sus cuerpos y mentes aterciopelados y vírgenes, se perdían algo de la vida porque no habían sido puestos a prueba aún. Cuando la adversidad alcanzara sus vidas posiblemente llegara demasiado tarde o fuera demasiado poderosa. Yo estaba preparado. Quizás. Observé como Jim se secaba con la toalla de una de las chicas. Mientras miraba, un niño cualquiera de unos cuatro años se acercó, cogió un puñado de arena y me lo tiró a la cara. Luego se quedó frente a mí, feliz, con su boca enarenada fruncida en un gesto de victoria. Era una osada y pequeña mierda. Con el dedo índice hice señas para que se acercara. ¡Acércate!¡Acércate!. Permaneció en su sitio. El cabroncete me miró, se dio la vuelta y salió corriendo. Tenía un culo estúpido. Dos nalgas con forma de pera que oscilaban como si estuvieran desunidas. Mejor, otro enemigo que desaparecía."



"Los padres de los chicos ricos solían ser más patrióticos porque tenían más que perder si el país se hundía. Los padres pobres eran bastante menos patrióticos, y a menudo solo lo profesaban porque los habían educado así o era algo que se esperaba de ellos. Subconscientemente sabían que no les iría peor si los rusos, o los alemanes, o los chinos, o los japoneses gobernaran el país; sobre todo si tenían la piel oscura. Las cosas incluso podrían mejorar."



ENTRELECTORES