lunes, 3 de agosto de 2015


SUBRAYADO A LÁPIZ: la fortaleza de la soledad - jonathan lethem

La Fortaleza de la Soledad cuenta la historia de Dylan Ebdus. Ebdus llega a Boreum Hill, Brooklyn, durante la primera mitad de los setenta; un niño blanco de una familia de hippies que se establecen con el beneplácito de la fundadora de la comunidad blanca local. La madre de Dylan, Rachel, una mujer bohemia y pronta a llegar a las manos, abandona poco después a su marido Abraham; un quijotesco pintor que lleva toda su vida haciendo una película con sus pinturas abstractas y que sobrevive pintando portadas para ediciones de ciencia ficción de bolsillo. Las peripecias de Dylan para sobrevivir a lo largo de todas su educación secundaria en un barrio de negros, así como sus días de ser apalizado simplemente por el dinero de su almuerzo parecen llegar a su fin cuando conoce a su hermano espiritual Mingus Rude, un negro que le introduce en otros mundos.

Algo así como el antecedente literario, interracial y de la "Marvel" a la película Memorias de Queens.


"La cuestión en el caso de la pelea entre Henry y Robert Woolfolk era la siguiente: Dylan Ebdus nunca llegó a saber si había estado allí y la había presenciado con sus propios ojos o si solo había oído todos los detalles, convertidos en leyenda por los otros hijos. Sencillamente no lograba recordarlo y, pasado un tiempo, dejó de intentarlo."




"Era perfectamente posible que una canción te destrozara la vida. Sí, la maldición musical podía caer sobre una solitaria figura humana y aplastarla como a un gusano. La canción, aquella canción, la mandaban a por ti desde algún otro lugar, a arruinarte la existencia. La canción era tu destino asqueroso personal, se manifestaba en forma de zumbido pop emergiendo de la radio por todas partes. En el mejor de los casos era la banda sonora de tu destrucción, el tema principal. Los días quedaban reducidos a un montaje de su ritmo de cencerro, con su inexorable doble línea de bajo y voces picantes, una especie de sorna salmondiada rodeada de gemidos de placer."




"Acabas de dejar la calle Dean y, con ella, a Aeroman. Si eso implica evitar al que te protegió la espalda durante toda la secundaria, al que en otro tiempo te esforzaste por imitar, a aquel cuya órbita te contentabas con seguir -si eso significa no contestar las llamadas del chico del millón de dólares anotadas con la cuidadosa letra de Abraham-, es un precio pequeño a pagar por hacerte mayor, ¿no?

Esto no es ninguna fiesta, no es una discoteca ni ninguna tontería.

Es el final, el final de la década de los setenta."




"A Dylan la idea de tener mucha calle en Manhattan siempre le ha parecido broma, se ha preocupado de no mofarse de sus amigos nacidos en el West Side o Chelsea que cruzan calles para esconderse de grupos oriundos como si allí hubiera alguna vez mal rollo. El East Village está demasiado poblado y es demasiado frenético para resultar peligroso y, la verdad, hay policía por todas partes. Sus amigos no saben lo que es el miedo, no tienen ni idea. Aunque, vete tú a saber, en lo alto de la escalera del gay hay ahora mismo sentado con las piernas separadas un negro con sudadera con capucha y no parece que le intimide en absoluto encontrarse ahora mismo fuera de su territorio."




"La firma era un grito, una declaración, algo innegable. La cárcel que nadie mencionaba ni miraba y el rastro de pintura goteante que cubría hasta la última superficie pública de la ciudad y que nadie mencionaba ni miraba: dos cosas invisibles se habían unido en una visible, al menos por un día. (De hecho tardaría diez días en desaparecer. ¿ Quién sabía como limpiar el exterior de una cárcel de veintiséis plantas? Y después, un DOSE fantasma permaneció grabado en el hormigón restregado.) Dylan clavó la vista en la firma presa de un desconcierto estúpido y culpable, intentando imaginárselo, preguntándose qué ocurriría a continuación en ese mundo que él había abandonado. Descifrando el mensaje de cuatro letras. Descifrando si se trataba de un mensaje. O solo de una firma. Alguien ha traicionado al otro, pero no sabes quién a quién. Alguien está volando y no eres tú."




"- No te cuento las experiencias más difíciles de mi vida para que después me las eches en cara -dijo-. Cuando he estado deprimida al menos he tenido el valor de admitirlo. No quiero que vuelvas a emplear esa palabra conmigo, ¿de acuerdo?

- Pues claro que has tenido el valor de admitirlo. Y por lo visto he metido el dedo en llaga. Eso se llama dejarte conocer, Abby.

- ¿Ah sí? ¿Y cómo se llama cuando uno no se conoce a sí mismo?

- ¿Qué quieres decir?

- ¿Por qué no me dijiste que vendría tu padre, Dylan? ¿Cómo has permitido que siguiera haciéndome el lío?

Me quedé mirándola.

- Tú sí que estás deprimido, Dylan. Ese es el secreto que te escondes a ti mismo. No lo admites. Te rodeas de depresión para no admitir que tú eres la fuente de la depresión. Piensa en ello.

- Una teoría interesante -musité.

- Que te jodan Dylan, no es interesante, no es una teoría. Estás tan ocupado sintiendo lástima por mí o por cualquiera, por Sam Cooke, porque te resulta conveniente para no pensar en ti."




"Katha era tan buena como sus heridas. Formaban la esencia de su ser. Lo que me convertía en alguien peligroso, o al menos desagradable, no era mi dolor, sino el modo en que lo había negado. Lo que había dejado por hacer. Katha daba cobijo a su hermana y a M-Dog, Mingus entregaba un riñón y Abraham y Francesca le llevaba sopa y pollo a Barrett Rude Junior. En mi estado visionario veía incluso los Tupperwares, veía al esquelético Barry embadurnando de mostaza picante un muslo frío de la nevera. Mientras, Abby y yo librábamos una ingeniosa guerra para demostrar cuál de los dos estaba en realidad deprimido. Por lo visto, al rechazar mi dolor había matado de hambre mi vida. me había perdido entre amagos y escaramuzas a tres mil kilómetros del frente. Katha tenía una cama preparada a la espera de su hermana: yo tenía The Falsetto Box y Your So Called Friends."