miércoles, 14 de enero de 2015


SUBRAYADO A LÁPIZ: las correcciones - jonathan franzen

Previamente a convertirse de forma definitiva en una estrella literaria mundial con la publicación de Libertad, Jonathan Franzen ya se había asomado al éxito con Las Correcciones, la cual ya entroncaba perfectamente con el que sería su último libro de 2010. Los elementos que unen a las familias protagonistas en ambos libros son notables: tanto los Berglund como los Lambert son del Medio Oeste norteamericano; si bien en Las correcciones se expone con más fuerza aún lo qué significa ser un ciudadano de esta zona de los EEUU. Articulada en torno a las vidas de los 5 miembros de la familia Lambert, tenemos por un lado a los padres, Albert y Enid, que pasan su jubilación en St. Jude mientras el parkinson y la demencia senil comienza a brotar en él, y la obsesión e ilusión de que sus 3 hijos se reúnan con ellos durante la semana de Navidad lleva hasta el histerismo a ella. Y están sus tres hijos: Gary, el mayor de los Lambert, que desde su aparente vida y familia perfecta es incapaz de lograr ser feliz, y mientras tanto no sabe sobrellevar la creciente vejez de sus padres; Chip, de 39 años, que tras ser despedido de la universidad donde trabaja por acostarse con una alumna se adentra en turbios negocios del este de Europa; y Denise, la pequeña de la familia, que acabará convertida a base de trabajo en una cocinera de éxito, pero que irá viendo como poco a poco todo se derrumba a su alrededor, empezando por la que creía su propia identidad. Con unos personajes magníficamente construidos, una trama no lineal muy atractiva y elegante, y la ironía marca de la casa sacudiendo por igual a empresas farmacéuticas, mercado libre y convencionalismos propios de la sociedad americana, Las Correcciones se convierte en arrebatadora precisamente en el momento en el que sus protagonistas nos resultan altamente insoportables. Y es que sí, lo son, pero lo son pareciéndose tanto a cada uno de nosotros, que uno no puede si no auto examinarse y mirarse en el espejo en el que muchas veces se convierte la complejidad de lazos existente dentro de la familia Lambert. Estamos destinados a equivocarnos, y seguramente el camino hacia la enmienda más absoluta es totalmente irrealizable, pero con todo y eso, nunca dejaremos de tratar de corregirnos a nosotros, y por supuesto a los que nos rodean.

"- Estoy diciendo que hay un fallo estructural en la cultura entera -dijo Chip-. Estoy diciendo que la burocracia se ha arrogado el derecho de adjudicar el calificativo de patológicos a ciertos estados mentales. La falta de ganas de gastar dinero se convierte en síntoma de una enfermedad que requiere una medicación carísima. Medicación que, luego, destruye la libido o, en otras palabras, elimina el apetito del único placer gratuito que hay en este mundo, lo que significa que el afectado tiene que intervenir aún más dinero en placeres compensatorios. La definición de salud mental es estar capacitado para tomar parte en la economía del consumo. Cuando inviertes en terapia, inviertes en el hecho de comprar. Y lo que estoy diciendo es que yo, personalmente, en este mismísimo momento, estoy perdiendo la batalla contra una modernidad comercializada, medicalizada y totalitaria."


"Ella abrió las cortina traseras de la habitación, dejando expuesto un paisaje de cercas Cyclone, arces tiesos como palos y la parte posterior de una planta de reciclado. Ocho o diez copos de nieve caían languidamente. A oriente se veía un trozo de cielo desnudo, una zona desgastada de la manta de nubes a cuyo través se abría camino la luz del sol. Chip se vistió rápidamente, sin que Melissa dejara de darle la espalda. Si no se hubiera hallado en tal condición de insólito bochorno, se habría acercado a la ventana y le habría puesto las manos en los hombros y ella se habría dado la vuelta y le habría perdonado. Pero se notaba un ánimo depredador en las manos. Se la imaginó apartándose de él, y el caso era que no estaba totalmente convencido de que alguna siniestra porción de sí mismo no sintiera deseos de violarla, de darle un escarmiento por gustarse de un modo en que él no podía gustarse. Cuánto odiaba y cuánto amaba su voz cantarina, sus brinquitos al andar, la serenidad de su amor propio. Ella era ella misma, y él no era él mismo. Y se daba cuenta de que estaba perdido, de que la chica no le gustaba, pero que la iba a echar desastrosamente de menos."


"(...) A Gary le habría parecido muy bien que se prohibiese en adelante cualquier intento de emigración a la periferia y que se fomentara entre los habitantes del Medio Oeste el regreso al consumo de empanadillas y al uso de prendas sin gracia y a la práctica de los juegos de mesa, para hacer así posible la preservación de una reserva nacional de gente fuera de onda, sin gusto, para que los privilegiados como él pudieran sostenerse a perpetuidad en su sensación de seres extremadamente civilizados. Pero ya está bien, se dijo. El deseo demasiado arrasador de ser especial, de erigirse en monarca absoluto de la superioridad, venía a constituir, también, una Señal de Aviso de la depresión clínica."


"Desgraciadamente, apenas se había marchado Emile cuando Denise cambió de idea. Becky y ella disfrutaron de una encantadora y muy instructiva luna de miel y empezaron las peleas. Y más peleas. Su vida de pelea, como la vida sexual que la precedió, era cuestión de ritos. Discutían sobre por qué discutían tanto y sobre quién tenía la culpa. Discutían en la cama a altas horas de la madrugada, bebían de insospechadas reservas de algo similar a la libido, y a la mañana siguiente se levantaban con resaca de pelea. Les ardían las pequeñas seseras de tanto placer. Pelear, pelear, pelear. Peleas en el hueco de la escalera, peleas en público, peleas en el coche. Y aunque se desahogaran con cierta regularidad -gozando con arrebatos de caras rojas y tremendos gritos, dando portazos, pegando patadas a la pared, cayendo en paroxismos de caras húmedas-, la lujuria del combate nunca se les pasaba por completo. Las mantenía juntas, las hacía superar el mutuo aborrecimiento. Así como la voz o el pelo o la cadera curva de alguien a quien amamos nos impulsan a dejarlo todo y ponernos al fornicio, así poseía Becky todo un registro de provocaciones que situaban el ritmo cardíaco de Denise a niveles estratosféricos."


"A Chip le sorprendió la similitud que percibía, en términos generales, entre el mercado negro de Lituania y el mercado libre de los Estados Unidos. En ambos países, la riqueza se concentraba en manos de unos pocos; se había desvanecido toda distinción significativa entre el sector público y el privado; los capitanes de industria vivían en un estado de permanente ansiedad que los empujaba a la despiadada expansión de sus imperios; los ciudadanos de a pie vivían en la permanente inquietud de perder sus trabajos y en la permanente confusión en cuanto a qué poderosos intereses privados eran dueños, en un momento dado, de qué antiguas instituciones públicas; y el principal carburante de la economía era la insaciable demanda de lujo por parte de las élites. (…) La principal diferencia entre Lituania y los Estados Unidos, en lo que a Chip le alcanzaba, era que en Norteamérica los pocos ricos sojuzgaban a los muchos no ricos por medio de diversiones y cachivaches y productos farmacéuticos capaces de embotar la mente y matar el alma, mientras que en Lituania los pocos ricos sojuzgaban a los muchos pobres mediante amenazas de violencia."


"La extraña verdad, en lo que a Alfred respectaba, era que el amor, para él, no consistía en acercarse, sino en mantenerse alejado."