martes, 15 de mayo de 2012


SUBRAYADO A LÁPIZ - bullet park - john cheever

Bienvenidos a Bullet Park, el paraíso de la clase media norteamericana. En este entorno ejemplar seremos testigos del fatídico encuentro entre dos hombres: por un lado, Eliot Nailles, un ciudadano totalmente integrado en su comunidad que, pese a sus contradicciones internas, quiere a su mujer y a su hijo hasta la feliz enajenación, y, por otro, un nuevo vecino, Paul Hammer, un desarraigado que, tras media vida de vagabundeo, decide comprar una casa en Bullet Park. Coincidiendo con la llegada del forastero, Naulles verá cómo su pequeño mundo se va resquebrajando poco a poco. La tragedia se desata cuando su hijo empieza a tener problemas en la escuela y se intensificará hasta unos límites insospechados. Esta obra es un canto lírico, mordaz y divertido a las zonas residenciales y a toda la supuesta normalidad que representan.

"Hablan más que nadie de libertad e independencia, pero suministran dinero, armamento y técnicos para aplastar la libertad y la independencia cada vez que aparecen. Detesto mentir y detesto las falsedades, y cuando tienes un mundo que admite a tantos mentirosos, supongo que tienes un motivo para estar triste. De hecho, yo no tengo tanta libertad e independencia como me gustaría. La ropa que me pongo, lo que como, mi vida sexual y gran parte de lo que pienso están bastante regimentados, pero a veces me gusta que me digan lo que tengo que hacer. No soy capaz de ver lo que está bien y lo que está mal en cada situación."


"Ya veo que no le queda mucho tiempo -dijo el vagabundo-. No le queda mucho tiempo en este mundo con una tos como ésa. ¡Ja, ja! Un médico me dijo eso hace veintiocho años, y ¿sabe donde está ese médico ahora? A tres metros bajo tierra, viendo crecer las margaritas. Murió al año siguiente. El secreto para mantenerse joven es leer libros para niños. Si lees libros para niños, conservas la juventud. Si lees novelas, libros de filosofía y ese tipo de cosas, te sientes viejo. ¿Usted suele pescar en el río?"


"Los Ridley eran una pareja que había aportado a la santa institución del matrimonio una cualidad decididamente comercial, como si casarse y concebir niños, criarlos y educarlos fuera asimilable a la manufactura y la comercialización de algún producto útil, fabricado en competencia con otros industriales. No eran George y Helen Ridley; eran los Ridley. Daban la sensación de que podrían haberse constituido en sociedad anónima y vender acciones de su destino en el mercado paralelo. Los Ridley eran las palabras pintadas en la puerta de su furgoneta. Los Ridley era el cartel al pie del sendero que conducía a su garaje. En su casa, las cajas de cerillas, los posavasos y las servilletas estaban todos marcados con su nombre. Presentaban a sus agraciados hijos ante los invitados con la actitud de vendedores que señalaban las virtudes de un modelo de coche en el salón del automóvil. Las pasiones, las penas, las alegrías y las preocupaciones mezquinas de todo matrimonio no parecían haber menoscabado la eficacia de su organización. Se hubiese dicho que probablemente tenían sucursales y un equipo de vendedores en la calle. Eran muy tacaños con el licor; por eso, al volver de su casa, Nailles se preparó una copa para él y otra para Nellie."


"En cuanto puse los pies en la habitación amarilla, sentí la paz de espíritu que había ansiado cuando vi por primera vez aquellas paredes en una calle secundaria, cerca de la estación de Pensilvania. A veces entras a un establo, en una carpintería o en una oficina de correos de pueblo y te sientes inesperadamente en paz con el mundo. Suele ser al final del día. El lugar desprende buen olor (he de incluir a las panaderías). El mozo, el carpintero o el empleado de correos tiene un rostro tan transparente y libre de inquietudes que sientes que en ese lugar nunca ha sucedido ni sucederá nada malo, experimentas una sensación de adecuación y santidad que a mi entender nunca ha conseguido ninguna iglesia."


BULLET PARK - ENTRELECTORES