jueves, 18 de julio de 2013


SUBRAYADO A LÁPIZ: el mal de portnoy - philip roth

La imagen de Alexander Portnoy como una persona tranquila y sin mancha tiene su contrapunto: en la intimidad, su deseo sexual es insaciable. En un lúcido diálogo con su psicoanalista, Portnoy da rienda suelta a sus frustraciones y complejos, y considera las posibles causas de su “condición”: la atención sofocante de sus padres, las presiones impuestas por su herencia judía y su enorme dificultad para relacionarse con mujeres si no existe una motivación sexual. Una aguda visión de la cultura judía y sus costumbres y una crítica, en ocasiones hilarante, al desmoronamiento del sueño americano.


"Doctor, cómo, dígame cómo, cómo, ¿cómo es posible que una madre le saque un cuchillo a su propio hijo? Tengo seis, siete años, ¿cómo voy a saber que no va a clavármelo? ¿Qué voy a hacer, tratar de achantarle el farol, con siete años? No tengo ningún sentido de las complicaciones estratégicas, por amor de Dios: ¡es que no peso ni treinta kilos, seguramente! Viene y se pone a blandir un cuchillo delante de mí. ¿Qué es lo que yo pienso? Pienso que hay por ahí agazapada una intención de hacerme sangrar con él. Lo único es que ¿por qué? ¿Qué pensamientos puede haber en su cabeza? ¿Cómo de loca está? Supongamos que me hubiera permitido salirme con la mía. ¿Qué se habría perdido? ¿Por qué un cuchillo, por qué la amenaza de matarme, por qué le parece necesaria una victoria tan arrasadora?"



"Doctor, ¿de qué es de lo que tengo que liberarme: del odio... o del amor? Porque ni siquiera he empezado a mencionarle todo lo que recuerdo con placer, quiero decir con embeleso y con una amarga sensación de pérdida. Esos recuerdos que parecen, todos ellos, vinculados al tiempo que hacia y a la hora que fuese, y que se me ofrecen a la memoria con tal patetismo que por un momento me hacen no estar donde quiera que me encuentre, en el metro, en la oficina, cenando con alguna chica guapa, sino en lo más profundo de mi niñez, con ellos, con mi padre, y con mi madre. Estos recuerdos no son nada, prácticamente nada, y sin embargo, se me antojan momentos históricos tan esenciales para mi propio ser como el preciso instante en que me concibieron. Podría decirse que tengo en la memoria el choque del esperma de mi padre contra el óvulo de mi madre, y todo pro lo muy agradecido que estoy -sí, agradecido-, por como los amo, arrolladoramente, sin reserva alguna. ¡Sí, de mí hablo: arrollador y sin reserva alguna, es mi amor!"



"La sinagoga es su medio de vida, y eso es todo lo que hay que decir al respecto. Venir al hospital a soltar ocurrencias sobre la vida (sílaba por sílaba) a personas que están temblando dentro de sus pijamas de miedo a la muerte, es lo mismo que lo de mi padre vendiendo seguros de vida. Es lo que cada uno hace para ganarse la vida, y si quieres tenerle devoción a alguien, ténsela a mi padre, maldita sea, y hazle reverencias como se las haces a ese gordo hijo de puta que da risa verlo, porque mi padre sí que se mata a trabajar, sin tomarse por ello el manderecha de Dios. Y no habla con tantísimas sílabas. Qui-e-ro dar-les a us-te-dess la bie-en-ve-ni-daa aa es-ta si-na-go-gaaa. Dios, Diooooos, si estas ahí arriba, bañándonos en tu resplandor, ¿por qué no nos ahorras el modo de hablar de los rabinos? Mira, ¿por qué no nos ahorras la religión, aunque sólo sea en nombre de la dignidad humana?"



"- Mira -dice ella-, puede que yo no sepa quién soy, pero tú tampoco sabes quién quieres que sea. No te olvides de esto.

- Dabuten tía.

- ¡Soplapollas! ¿ Es que no ves lo que es mi vida? ¿Crees que me gusta no ser nadie? ¿Crees que me vuelve loca estar así de vacía? ¡Lo odio! ¿Odio New York! ¡Es que no quiero ni volver a pisar el estercolero ese! ¡Yo lo que quiero es vivir en Vermont! ¡Quiero vivir en Vermont contigo, y ser una persona mayor, a ver si averiguo lo que quiere decir ser una persona mayor! Quiero estar casada con alguien a quién pueda mirar con respeto. ¡Y admirar! ¡Y escuchar! -estaba llorando-. ¡Alguien que no trate de escacharrarme la cabeza! Mira Alex, me parece que te quiero. De verdad que me lo parece. Pero ¿de qué me sirve?

En otras palabras. ¿Me parecía a mí que la quería? Respuesta: no. Lo que pensé (esto le va a resultar divertido Doctor) no fue ¿la quiero?, ni tampoco ¿puedo quererla?, sino ¿debería quererla?"



"En seguida empezamos a hablar muy en serio sobre la humanidad. Su conversación esta repleta de eslóganes apasionados, no muy distintos  de los míos en la adolescencia. Una sociedad justa. La lucha común. Libertad individual. Una existencia productiva en lo social. Pero con qué naturalidad lleva el idealismo pensé. Sí, era como a mí me gustan las chicas: inocentes, buena, zaftig, sencilla y nada castigada. ¡Por supuesto! No quiero estrellas de cine ni maniquíes ni putas, ni una mezcla de las tres. No quiero vivir un derroche de fantasía sexual, ni quiero seguir viviendo esa fantasía masoquista en que he vivido, tampoco. No: quiero simplicidad, quiero salud, ¡la quiero a ella!"



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