martes, 6 de julio de 2010

Truffaut Ciclo Doniel III (Besos Robados)

Corría el año 68 cuando llega el estreno de Besos Robados, tercera película del ciclo Doinel, y reflejo vivo de todo lo realizado por el cineasta hasta ese momento, así como la confirmación del amor como el tema sobre el que girará toda la historia. Con Besos Robados Truffaut, como él mismo dijo, buscó hacer una película sobre los chicos de 20 años, de hace 15 años. Es decir, lejos de buscar el dogmatismo tan típico en los artistas de aquellos convulsos años, el director francés realizó una película tan anacrónica como el propio protagonista de toda la serie, y recibió críticas por ello, pues muchos de sus compañeros de generación no comprendían como no podía posicionarse en unos tiempos como aquellos. Ante estas críticas Truffaut se limitó a seguir haciendo cine, y a incluir homenajes más sutiles como la dedicatoria inicial a Henry Laglois, director de la Cinemateca que en aquellos momentos estaba siendo perseguido por el gobierno.



Truffaut amaba la nostalgia, e incluso en una comedía como en principio es Besos Robados, la alegría queda impregnada de melancolía. En esta nueva entrega nos encontramos a Doinel en un calabozo militar. Tiene 6 años más que cuando le dejamos con el corazón roto por Colette, y aunque ya es un hombre, vemos que no encaja en una milicia tan organizada y ordenada, por lo que será expulsado del ejercito. A partir de aquí comienza su liberación, y con ella el robo de besos. La película avanza con un tono casi improvisado, con personajes que parecen flotar alrededor de la cámara (aparecen y desaparecen sin las ataduras propias de una férrea narración). Todo encaja con el clima que Truffaut trata de insuflar a la película: un tono adolescente de inconsciencia, de besos furtivos, de vertiginosos amoríos... Un tiempo en que la vida parece ir por delante de nosotros mismos con un vigor incombustible, una energía que se alimenta de la calle y una naturalidad que se va perdiendo con los años. Tiempo habrá para la rutina, las desilusiones y las rupturas (como se verá en Domicilio conyugal, y Amor en fuga). Ahora es el momento de las ilusiones, las uniones y la incertidumbre, o lo que es lo mismo, la esperanza.
En esta comedia de costumbre muy al estilo de René Clair o de Renoir, Truffaut no nos muestra el París de las postales, sino el de Doinel, que no es otro que el suyo propio. De esta forma vemos al protagonista dirigirse a un prostíbulo donde busca el calor de una mujer, mientras piensa en recuperar a Christine, la chica de la que cree estar enamorado. Pero, ¿puede Doinel enamorarse? Parece complicado pues para Doinel todo es volátil, todo es pasajero. Como los trabajos que va perdiendo uno tras otro: vigilante nocturno, detective privado, reparador de televisiones… Doinel no encaja en una existencia, la de los adultos, en la que no se termina de integrar, y será esta inadaptación la que le lleve al refugio de los besos. Besos que roba, o que compra, y que a su vez le son robados. El amor es beso robado, leve sensación pasajera, que incluso se enturbia cuando en medio de una de sus investigaciones como detective, llega a tener una relación con la señora Tabard, mujer casada, burguesa, y de edad madura, que le utiliza para su gozo.
Y en medio de toda esta sociedad, que nos es otra cosa que una jauría humana obsesionada por el sexo, continúa Christine. La joven violinista que representa lo contrario. La pureza de una chica joven que quiere amar a Doinel, y ser amada de igual forma, pero que no termina de verlo claro. Se escabulle de él durante buena parte del film, pero cuando la vida les vuelve a juntar, captará su soledad y su inocencia, y esto será determinante para, a pesar de todo, terminar quedándose junto a él. De alguna forma acepta el reto de tratar de ayudarle, llegando en ocasiones a hacerlo como lo haría la buena madre, que ni Doinel, ni Truffaut tuvieron. Ahí esta la escena de las tostadas, símbolo de esa ayuda maternal, a su vez que símbolo del complemento que significa la pareja para soportar la dureza de la vida.
Por el momento parece que Doinel no necesitará robar más besos. La cotidianeidad del amor ha entrado en sus vidas, y Doinel ha conseguido sus propios besos que anhelaba cuando escribía sus cartas desde el ejército. No sabemos si durará para siempre o se acabará mañana mismo, pero eso a Truffaut no le interesa. Es el instante de tránsito lo que nos quiere mostrar, el descubrimiento del amor como tal.
Es por lo tanto Besos Robados una defensa de esa época de la vida en que se descubre el deseo de vivir porque se descubre el deseo de amar, y a su vez una crítica de esa otra época de la vida, (la que representarían el señor y la señora Tabard, los empleados de la agencia de detectives, el invertido que acude a la agencia, el Oficial del ejercito…es decir una edad adulta perteneciente a un mundo distinto al del protagonista) en la que las personas se estacionan en la perdida del deseo de vivir, pues ya no saben amar.
Aquí se esconde un análisis de la sociedad francesa menos evidente, pero seguramente mucho más ácido que el que hacían muchos de sus “militantes” compañeros de generación. Y como punto culminante de dicho análisis, el adulto misterioso que persigue a Christine. ¿Representa al propio Truffaut nostálgico de ese amor a los 20 años? ¿Muestra la adultez insatisfecha? Dicho personaje está solo, y ni tiene, ni roba besos. Solo vaga, sin demasiada ilusión, suplicando besos en silencio…